martes, 27 de julio de 2010


PLEGARIA DESDE LASSOMBRAS

Me preguntas por qué te odio. Por qué desde tiempos que la memoria no registra te he golpeado, te he aplastado bajo el peso de piedras, te he entregado al fuego, te he hecho sangrar y he ofrecido tu cuerpo a las bestias; por qué, de entre todos los destinos que la insolencia de los poderes me confiriera escoger para ti, he decretado siempre tu aniquilación. No me lo preguntes, no lo sé. Sólo se me ha revelado que es mi deber despreciarte, detestarte y destruirte, lograr que todos aquéllos que, al igual que yo, gozan con la obediencia, sientan por ti la misma repugnancia , la misma animadversión, las mismas ansias de que no seas, no hayas sido ni puedas ser jamás.

Me preguntas qué me has hecho. Qué ofensa, falta u omisión has cometido contra mí para que sea yo, en toda ocasión, tu verdugo. No me lo preguntes, no lo sé. No recuerdo de ti una palabra áspera o un gesto de agresión; me esfuerzo, vanamente, en negar que has defendido conmigo las mismas tierras en los mismos ejércitos y en las mismas batallas, que has alimentado y has vestido a mis hijos y yo a los tuyos, que ellos o yo contigo hemos compartido el mismo pan en la misma mesa, en la misma pobreza o en la misma abundancia. Te has asombrado junto a mi asombro y es con mi alivio que has suspirado; fue mi tristeza la tristeza de tu nostalgia y en los caminos que nos depositaron en esta apacible vejez hemos ganado y hemos perdido tanto, o tan poco.

Ya no me preguntes, no deseo saber. No quiero enfrentar el cotidiano espejo de tu rostro para ver en él alguna parte, enorme o pequeña, de mí. Negaré que te conozco, clamaré que nada me acerca a ti, aseguraré que me has herido a traición en el combate, que has robado la inocencia de mi prole, que has envenenado mi alimento; mentiré que me has embaucado, que me has hostigado, que te has alegrado con mi amargura, que yo encanecí mientras que tu artera brujería de la carne te mantenía joven y fuerte. Seré tu acusador, porque una y otra vez has regresado del patíbulo para yacer sobre la humedad de playas que me está vedado hollar; has vuelto, como las almas de quienes buscan justicia, de los infiernos para morar, de nuevo, bajo un sol del que no consigo, ni mediante el golpe, la piedra, el fuego, la sangre o el sudor, se apague para ti. Te hago enmudecer y hablas, te obligo a la sordera y escuchas, te condeno a la ceguera y ves, quiebro tus piernas y caminas, corto tu garganta y, cantando, retornas de la muerte.

Estamos en la sombra, nadie aquí nos sospecha. Déjame suplicarte: te lo ruego, maldito, maldita homosexual, dame una gota de esa divina luz que te ha hecho inmortal, dame un grano de esa arena que ha trocado mis tormentos en viento, dámelos, te lo ordeno, y si lo haces quitaré, a ti y a tu amante, unos instantes de la cruz, interrumpiré por unos momentos el látigo, amansaré el hierro ardiente, abriré, sin que te descubran, las puertas de la prisión, para que podáis, tú y tu amante, hacer el amor bajo el lento sol que la mazmorra que para vosotros he dispuesto no detiene. Dádmelos, amigos míos. Yo también quiero vivir.

Hadrian Bagration

"Las religiones son un cancer para la humanidad. El Diós del Antiguo Testamento es, sin duda el personaje más desagradable en toda la ficción: celoso y orgulloso de ello; un mezquino, injusto, implacable maniático del control; un vengativo, limpiador étnico sediento de sangre; un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista y acosador caprichosamente malévolo."

Richard Dawkins